A poco kilómetros del habitual movimiento de la ciudad de Camagüey, está la finca Las Maravillas, perteneciente a la Cooperativa de Créditos y Servicios Julio Antonio Mella, donde Isora Martínez Carballo y su nuera Aniuska Ramos Silva, imprimen un sello femenino al autoabastecimiento familiar.
Desde bien temprano, antes de que el sol caliente demasiado, la joven Aniuska – azadón en mano- se encarga de la atención de las plantaciones de tomate que tienen en allí:
“Yo nací en la provincia de Granma y soy hija de campesinos y aquí ayudo a mi esposo y a la familia.”
“El trabajo en el campo es un poco difícil pero no imposible -agrega- . Ahora adelanto todo lo que pueda y regreso a la casa porque tengo dos niñas pequeñas que debo atender y para ayudar a mi suegra en las labores de la casa, y por la tarde, cuando baja el sol, vuelvo otra vez a concluir lo que quedó pendiente aquí o en otra parte donde también tenemos otras siembras.”
Aunque Isora en estos momentos está más dedicada a la atención de su madre, una anciana de noventa años de edad, expresa que siempre ha sido una mujer del campo.
“Esto es algo que heredé de mis padres, me corre por la venas -dice-.
Al preguntarle sobre cómo pueden combinarse el trabajo en la agricultura con los quehaceres hogareños revela que siempre se busca el modo de adelantar la parte doméstica para priorizar el trabajo en el terreno por la mañana, hasta alrededor de las once, porque luego el sol se pone muy fuerte.
“En nuestra familia todos estamos vinculado a la parte agropecuaria. Aquí criamos lo cerdos y las gallinas que consumimos; los aliños, las ensaladas y todo lo que necesitamos.
Cuando hay que ir para el campo vamos todos y en la casa todos apoyan para que la finca prospere”.
Son ellas dos mujeres orgullosas de ser rurales y cada día demuestran -junto a otras como ellas a lo largo del país-, que la presencia femenina siempre ha sido imprescindible en la campiña cubana. (Texto y fotos: Yamylé Fernández)
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