Camagüey, 5 feb.- En el más oriental de los territorios camagüeyanos, donde el calor del sol caribeño se funde con la calidez del pueblo, se erige un gremio invencible: los trabajadores del sector de la salud. Hombres y mujeres que llevan en sus manos el conocimiento médico y, también, la pasión ardiente por servir a la comunidad.
Jornada tras jornada, estos valientes guardianes de la vida y la esperanza enfrentan desafíos monumentales. En una nación que atraviesa difíciles circunstancias, la escasez de recursos y la adversidad parecen ser oponentes implacables, sin embargo, en cada mirada, sonrisa y acción se vislumbra una determinación inquebrantable.
En los pasillos del hospital municipal Armando Enrique Cardoso, en las clínicas guaimareñas, policlínicos y consultorios del médico y la enfermera de la familia, prevalece la escena de una obra maestra de humanidad.
Ante el complejo panorama que enfrenta la región, no se oyen lamentos ni quejas, sino palabras de aliento y consuelo. Los médicos, enfermeras y trabajadores de apoyo se mueven con la gracia de artistas en un ballet de confianza, decididos a brindar los cuidados con el sentimiento de amor incondicional como bandera, píldora perfecta, capaz de trascender ante cualquier barrera por muy difícil que esta parezca.
La dedicación de estos héroes anónimos se transforma en una luz brillante en medio de la oscuridad. Los trabajadores de la salud en Guáimaro no se rinden ni flaquean, ante los retos se declaran firmes en la misión de sanar y proteger al prójimo. Su compromiso va más allá de lo profesional; es un juramento sagrado con su pueblo.
Ellos, representativos de las viejas y nuevas generaciones, con vasta experiencia, unos, y otros muchos que dan sus primeros pasos en tan valiosa e imprescindible profesión, convierten su pasión por ayudar en un fuego que no se apaga, incluso en las noches más largas y espinosas. Cada paciente tocado por sus manos es un testimonio viviente de su entrega sin límites.
Así, en Guáimaro, el equipo del sector de la salud combate enfermedades y cultiva ilusiones con la ternura hacia los demás, acción que nutre la existencia y convoca a construir un legado sedimentado en el del amor y el altruismo. En esa imprescindible tropa de batas blancas reside la verdadera esencia del humanismo.
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